ekilore

22 septiembre 2007

Una de fados

Ayer por la noche, en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, se produjo una sucesión de momentos mágicos.

El primero tuvo lugar cuando un Carlos Saura totalmente sorprendido, recogía una Concha de Oro Honorifica a toda su trayectoria que le entregaba el Festival de San Sebastián.
Este galardón sólo lo había recibido Luis Buñuel, en 1981.

El segundo momento lo protagonizaron los actores y bailarines de su última película: "Fados" desde la pantalla. En la película, el director recoge la historia del fado desde su creación a principios del siglo XIX hasta la actualidad, con variantes que incorporan el rap y el flamenco. Aunque está rodada en un estudio de Madrid, Saura consigue recrear perfectamente el espíritu fadista apoyándose en elementos muy visuales, danza, sedas de color, movimiento y espejos que forman la imagen nostálgica y bellísima de Lisboa
que todos tenemos en la cabeza.



El tercer momento, lo protagonizaron Carlos Saura desde un palco, quien observaba emocionado y risueño la escena, y los tres actores principales de "Fados", Mariza, Camané y Carlos do Carmo, en un actuación bellísima, desgarradora y poética que nos robó el corazón a los afortunados que tuvimos la oportunidad de asistir.




Hoy he oído que el fado es la banda sonora de la nostalgia pero ayer por la noche, lo desconocía y unos cuantos amigos salimos con los ojos llorosos y el alma encogida del teatro, tan gratamente sorprendidos como Saura al recoger su premio.

18 septiembre 2007

Venezia

Es una ciudad mágica. No sabía nada de ella antes de ir, salvo que Viscontti rodó en ella una película que me marcó, cuando era pequeña, de una manera casi obscena. Y lo que leí en el libro de Thomas Mann que acabé sólo unos días antes de llegar. Después, ya en el avión, devorando la Trotamundos ubiqué el hotel, los barrios y muy importante, los canales por los que atravesar la ciudad. Pero poco más.

La verdadera Venezia sólo se descubre ante uno cuando se pisa la plaza de San Marcos en medio de ese bullicio extrañamente silencioso, como si le diéramos al mute para ver la imagen transcurrir sin sonido en la pantalla. La Venezia decadente, húmeda y nostálgica se revela cuando te pierdes por las calles que forman sus esquizofrénicos laberintos.

Es una ciudad que sin duda, recomendaría a cualquiera que la visitase. No para meterse en un museo, ni siquiera en una de esas pequeñas iglesias desperdigadas por cada rincón. Venezia merece la pena sólo por el placer de pasear por ella.